martes, 19 de junio de 2012

El tío estaba arreglando la huerta de su parcela aquella tarde de verano, con una azada realizaba movimientos rítmicos, para abrir unos pequeños surcos destinados a alojar a unas esperanzadoras semillas que más tarde convertiríanse en lechugas, tomates, pepinos que sé yo.
Dos niños, niña y niño, le observaban atentamente mientras el les contaba anécdotas e historias de cuando se hacía a la mar.
Imaginaban estar en aquel pesquero, mecidos por el oleaje y una suave brisa del mar al atardecer.
Su frente brillaba por las gotas de sudor que le brotaban a causa del ejercicio.
Su cabello peinado hacia atras, con tintes ondulados y grisáceos le aportaba un  aire de serenidad y daba veracidad a lo que contaba.
En medio de un surco, apareció, polvoriento y medio dormido, un sapo de color tierra, que estaba allí, esperando una copiosa lluvia para emerger del barro.
El tío sorprendido, lo observó lentamente y ante la atenta mirada de los niños, fué a buscar un tridente.
Pinchó y atravesó inmediatamente al sapo y con un rápido movimiento, enterró la base del tridente y dejándolo completamente perpendicular al suelo lo dejó como un tenedor expuesto al sol.
El tridente limpio, pero con una púa atravesando al sapo, quedó tres días y tres noches expuesto al sol y a la luna.
Hasta que la vida desapareció del sapo y se tornó en una masa de piel seca e inerte.
Los surcos en la tierra, han de ser rápidamente tapados, de otra forma, dijo secamente "Significa que está esperándonos".
El aliento de un ajo, masticado por una madre, causa la calma del dolor de muelas de los hijos.

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